Aunque sabemos que San Valentín es fundamentalmente una propuesta de consumo, muchísimas parejas adhieren a su festejo en distintos lugares del mundo. Si bien tiene toda una larga historia, se convirtió en el siglo XX en un gran negocio, a través de la producción en cadena de tarjetas alusivas al amor, como consecuencia del auge de la revolución industrial. Esto ocurrió en Estados Unidos por iniciativa de Esther Howland, quien había recibido una tarjeta que provenía de Gran Bretaña, lugar donde esta celebración tenía muchos seguidores. Rápidamente se incrementó su venta, que luego se extendió a otros rubros: flores, chocolates, y joyas, incorporándose con el tiempo distintos productos. Posteriormente esta costumbre se irradia a varios países.

Dejando de lado lo comercial, ¿por qué tantas parejas expresan su amor en este intercambio concreto de regalos? ¿Qué es lo que favorece esta adhesión masiva a la propuesta, más allá de los intereses económicos que claramente sostienen? ¿Qué elementos afectivos subyacentes se ponen en juego para sostener la continuidad e intensidad de esta costumbre?

El recuerdo de un mártir

San Valentín, en épocas del emperador romano Claudio II, casaba  secretamente a jóvenes para quienes estaba prohibido el matrimonio ya que de este modo se intentaba que los jóvenes soldados no tuvieran ataduras y estuvieran más libres para las destinos impuestos por el ejército. Por esta defensa del amor de las parejas, San Valentín pierde su vida y se convierte en mártir. Sin embargo la instauración de esta fecha, por el papa Gelasius I, era para suplantar otra práctica pagana, la Lupercalia, celebración medieval que concluía con excesos. A través de esta sustitución se intentaba resaltar el componente religioso y quedaba  desplazado un sentido erótico subyacente. Lo religioso aparece como sustitución de una festividad pagana.

La Lupercalia, el látigo y lo amoroso

Durante esta celebración de la Edad Media, asociada a la fertilidad, hombres desnudos o apenas cubiertos, iban con un látigo hecho con pieles de animales sacrificados por su impureza, embebidos en su propia sangre (quizás como sustituto del miembro viril), golpeando campos y mujeres para asegurarse la fertilidad. Muchas mujeres se acercaban para ser golpeadas. Una forma de representar mágicamente el apareamiento, pero que algo de verdad enunciaba, al requerir del encuentro entre hombres y mujeres. Como esto se prestaba a excesos y orgías, se transforma, con el auge del cristianismo, en el festejo de San Valentín.

Si nos quedamos en el relato religioso, allí surge la intención de preservar el amor de la pareja, declarado como prohibido, por prevalecer otras necesidades ajenas a la pareja tales como preservar el espacio bélico, estar disponible como soldado. Vemos como en distintos tiempos y lugares, el espacio que dejamos como sociedad a la expresión de la agresión, lo bélico, lo violento, deja relegado al sentir, a los afectos, a la ternura, que necesitan de algo que los rescate.

Son varias las transformaciones, que se dan a través de los siglos, y que aluden al apareamiento. Otra versión es un poema inglés en el que los pájaros se aparean para los enamorados. Luego durante la segunda guerra mundial, las tarjetas incluyen palabras en relación a lo bélico. Es decir que adquiere diferentes formas, según las épocas y los lugares.

Pero en la mayoría de estas manifestaciones hay dos elementos en interjuego: lo amoroso y lo agresivo. Lo amoroso que tiende a unir, y lo agresivo que tiende a imponer, a excluir, a violentar el cuerpo del otro, a matar, a separar… El déficit de un aspecto a veces ayuda a aumentar la presencia del otro.

La pareja en su dimensión afectiva

Freud nos ayudó a pensar que la construcción de la cultura requiere de una renuncia pulsional, en el ámbito libidinal, a través de la instauración del tabú del incesto, pero también incluye la prohibición del asesinato. Cada sociedad procesa lo permitido y lo prohibido. La vida en conjunto implica aprender a renunciar a los excesos, que en estos dos aspectos, ponen en riesgo la convivencia misma. Tanto la sexualidad como la agresión sin límites dañan.  

También es cierto que en los momentos de cambio, los límites en lo permitido y lo prohibido se desdibujan. Quizás porque es necesario crear otro orden, lo que lleva implícito un desorden inevitable. Esto ocurre particularmente en la actualidad con la movilidad en las parejas y familias en su forma de construcción, entre otras cosas por la incidencia de los nuevos métodos de fertilización asistida. Estos cambios nos interpelan  en cuanto a una reformulación del tabú del incesto, pero aunque cambie, el límite siempre es necesario como sostén necesario de la cultura.

Ubicados ahora en el tiempo presente, y más allá de la propuesta comercial, hay como contraparte una aceptación y una respuesta que cada vez es más abarcativa. ¿Qué sentido tendrá? Esta exuberancia en un aspecto, ¿estará aludiendo a alguna carencia? Si lo miramos desde nuestro contexto social, podemos ver cómo coexisten en los medios de comunicación, el mundo almibarado de San Valentín, con noticias de violencia, de agresión en el contexto familiar y particularmente en las parejas. Las respuestas violentas se han naturalizado en diferentes contextos de interacción. ¿Será que este exceso delata la presencia de una carencia? Exceso de lo concreto, ¿no puede ser un modo de colmar una ausencia subyacente, y, que de esta manera se intente exaltar al amor ante la fragilidad de los vínculos que caracteriza a los intercambios en estos tiempos? Más allá de las singularidades, ¿qué es lo que puede llevar a las parejas a dar su testimonio de amor de este modo? Hay tantas respuestas como parejas, sin embargo a veces parecería que se pretendiera medir la intensidad del afecto por la presencia de un regalo o por su dimensión: cuanto más grande y más costoso el regalo, más grande es el amor. Quedan de este modo subsumidos los afectos en un circuito comercial. Se puede llegar a confundir la cualidad del afecto por lo concreto, por la presencia o no de un regalo y se pierde la singularidad del afecto presente en cada caso.

Pueden ir cambiando las formas de construir los vínculos, pero lo que es constante en esta construcción es la presencia del amor en su dimensión afectiva. Lo que se siente es lo que genuinamente ayuda a sostener la unión en una pareja, la que debe aprender a sobrevivir a la propia agresión, a la agresión externa y también a los intereses comerciales que empalidecen o desplazan la importancia del sentir por la importancia de un regalo.  

 

Imagen: Freestocks.org en Unsplash