Por Daniel  Waisbrot

I

La pandemia sigue estando entre nosotros. Desde sus formas más horrorosas y devastadoras, donde la enfermedad y la muerte acechan en lo real, hasta otras, inquietantes, generadoras de diversos modos de la angustia. La pandemia sigue estando entre nosotros aun en formatos más sutiles, en los cuales su presencia resulta imperceptible. Ahora bien: no se trata de homogeneizar padecimientos sino, justamente, de todo lo contrario: escuchar en cada uno de nuestros pacientes y las parejas que atendemos, sus manifestaciones singulares y los diversos modos de transitarla. Me propongo, entonces, tratar de pensar en las afectaciones que la pandemia produce en las parejas que atendemos y a proponer un tipo de intervención específica, a partir de lo que Silvia Bleichmar denominó “simbolizaciones de transición” como un recurso-otro en nuestra caja de herramientas. Les cuento una pequeña viñeta para empezar a pensar. El embarazo los encontró inesperadamente en marzo del 2020, apenas unos días antes del inicio de la cuarentena. Pedro vivía solo y se resistía a convivir con Mercedes. Temía que ella se instalara cómodamente en su casa y dejara de trabajar. Tienen cerca de cuarenta años y ahora que se embarazó, Mercedes no quiere perder la oportunidad de tener un hijo. Pedro se alegra: a él también le gusta la idea. En abril se vence el contrato de alquiler de la casa de Mercedes y la dueña del departamento lo necesita. Así, entre la cuarentena que se instala, el vencimiento del contrato y el embarazo, deciden que Mercedes se vaya a vivir a la casa de Pedro. Mercedes es profesora de canto. Inesperadamente, quizás como efecto de la cuarentena, sucede todo lo contrario a lo que Pedro temía. Mercedes recibe varios alumnos nuevos por zoom. No es fácil, pero logra llevar sus clases al formato digital. Pedro, experto en redes, la ayuda. El embarazo avanza a su propio ritmo y todo parece marchar sobre rieles. Pero Pedro enferma de Covid. Viven en un estrecho departamento de dos ambientes y él tiene que aislarse. Se encierra en el cuarto mientras Mercedes se tiene que hacer cargo de toda la tarea de la casa, además de cuidar a Pedro a través de la puerta con el embarazo a cuestas. Es Julio y su panza lleva seis meses de gestación. El miedo al contagio y los eventuales efectos que podrían caer sobre su bebe se acrecientan. Pensó en irse, pero no tiene a donde. Además, no quiere “abandonar” a Pedro que la está pasando mal. La convivencia se complica mucho. Pedro está medianamente afectado por la enfermedad. No ha requerido internación pero esa posibilidad fue contemplada. Ya de alta, aún le cuesta mucho recuperarse. Está muy débil, respira con dificultad, ha bajado mucho de peso pero por sobre todo, sigue con dolores de cabeza fuertes.

Mientras tanto, Mercedes canta. Y Pedro no lo aguanta. Tiene tres o cuatro horas de clases al día y a Pedro le duele mucho la cabeza. No doy más, dice, no aguanto, quiero que suspenda las clases hasta que me recupere. Mercedes no quiere hacerlo. Yo quiero que mi trabajo se consolide. Ya voy a tener que suspender en dos meses por el parto, que querés que haga, tanto que querías que yo trabaje y ahora te quejás! Me siento mal –responde Pedro- no me quejo, pero no calculé que sería tan molesto que cantes sin parar y tampoco pensé que iba a enfermarme, me siento mal y la casa es chica y me duele el cerebro, me pesa la cabeza y no aguanto las clases! El clima se va tornando insostenible. Gritan. A ella no le importa que yo esté mal. Él no valora el esfuerzo que hago de llevar todo adelante con la panza. ¡Me siento mal, forra, no entendés!

Pedro y Mercedes consultan porque “no dan más”. “Estamos atrapados, quiero que se vaya. En épocas normales me iría yo unos días pero con la pandemia me bajaron el sueldo a la mitad y lo que ella gana no alcanza… estamos atrapados en dos ambientes, nos peleamos, gritamos y nos volvemos a pelear”. Cuentan que en los peores momentos de la discusión Mercedes rompe un plato o un vaso contra el piso y Pedro esconde la cabeza entre dos almohadas mientras grita “no doy más”. La entrevista resulta agotadora para la analista.

II

Decía una página atrás que no se trata de homogeneizar padecimientos, sino de todo lo contrario. Encontrarnos frente a subjetivaciones diversas en torno a los efectos de la pandemia en las parejas que atendemos nos obliga realizar algunas distinciones a la hora de operar clínicamente.

A partir del trabajo con los afectados por el atentado a la sede de la AMIA (Waisbrot. D. 1994), hicimos algunas distinciones que nos pueden ser útiles en este momento, más allá de las enormes diferencias entre un atentado y una pandemia. La primera distinción necesaria es la de reconocer en nuestros “pacientes” la condición de “afectados por la pandemia”. Y la diferencia no es banal, ya que muchas veces nos encontramos con trastornos y no con síntomas, en tanto no son transacciones entre deseo y defensa, sino consecuencias del exceso, y de lo que a partir de allí es disparado. “No doy más”, como dice Pedro, es quizás una de las frases más escuchadas en nuestros consultorios virtuales.

Más allá de la diversidad de las consultas, me resulta interesante pensar en aquellas parejas en las que la cuarentena pegó más fuerte. En algunas de ellas produjo ciertos enclaves traumáticos donde la magnitud del conjunto de sucesos no permitió integrarlos asociativamente a la historia vincular. Cómo hacerlo con el dolor aun en el cuerpo, además del dolor subjetivo y vincular que insiste a cada paso.

III

Desde hace muchos años, a partir del interActualidad Psicológica cambio fecundo con Ignacio Lewkowicz y de la visita a Buenos Aires de Alain Badiou, se hizo fuerte entre nosotros, analistas vinculares, el concepto de acontecimiento.

Supimos así, que lo nuevo puede irrumpir como novedad absoluta. Vimos, también, que ya hacía mucho que no estábamos pensando en un psiquismo clausurado en el Edipo sino que entendíamos que la vida daba lugar a una permanente inscripción y trascripción de marcas nuevas. Que el vínculo –en este caso de pareja- obligaba a un trabajo metabólico permanente con la irrupción de aquellas categorías que fuimos describiendo como semejanza, diferencia y ajenidad. Para algunos de nosotros, criados a la sombra del pensamiento de Freud, Piera Aulagnier y Silvia Bleichmar, el engarce entre esa noción de acontecimiento con la pregnancia de lo traumático, nos hizo eco fecundo. Pensar así, que las situaciones traumáticas pueden impactar en la vida de una pareja y generar una diversidad de salidas, fue esencial para la clínica de todos los días. Que del exceso con valor traumatizante, podía salirse en el mejor de los casos con un efecto de producción acontecimental o, por el contrario, inaugurar un camino catastrófico, con efectos de desmantelamiento subjetivo.

El trauma, como concepto, no nos dejaba muchas dudas. Siempre alude a un agujero en la red representacional. Sus componentes, de no ser reinscriptos en esa red -según nos enseñaba Silvia Bleichmar (2000)- quedan destinados a una circulación anárquica en la tópica psíquica cuya estabilidad ponen en riesgo. También resultaba claro que la eficacia de lo traumático no tenía que ver exclusivamente con la magnitud del estímulo, “…sino a complejas relaciones que se establecen entre esas cantidades externas que invaden y lo que internamente es disparado” (Bleichmar, S. 2000).

IV

Definido así este horizonte de problemas, nos estamos preguntando como ingresa una nueva marca en las parejas que atendemos y que tipo de afectaciones diversas puede generar. Cabría la pregunta acerca de cómo operó el embarazo, la convivencia y el Covid en la vida de Mercedes y de Pedro, la pareja que estamos viendo.

Entendemos que no siempre se trata de pensar en los pactos y acuerdos que los constituyen en la pareja que van siendo, ni de generar campos de significación para trabajar la ilusión de semejanza, la emergencia de la diferencia o la aparición fantasmática de lo ajeno. Se trata de comprender que muchas veces nos encontramos con elementos no ligados, no pasibles de articulación inconciente y por ende, no simbolizables.

Por lo tanto, de lo que se trataría es de propiciar una tarea de ligazón, de establecimiento de los primeros nexos, primeras conexiones, que permitan que la situación que están viviendo cobre un sentido. Solo así, podrá enlazarse en la historia vincular. Si no tenemos en cuenta la diferencia entre “afectados” y “pacientes”, entre trastornos y síntomas, nuestra clínica corre el riesgo de quedar desarticulada en sus posibilidades de tramitación simbólica del exceso. Nuestra tarea no se reduce a encontrar lo que ya estaba sino a producir elementos nuevos que den lugar a un producto diferente del que ya existía. Allí entrarían a jugar las simbolizaciones de transición.

Por ejemplo. Durante estos meses, Mercedes arrojó varias veces objetos al suelo. Un plato, un vaso, un adorno, objetos que se rompían. Cuando la analista la interroga, no obtiene más que una mirada de desconcierto y perplejidad. En cierto momento, en una sesión muy tensa, Mercedes toma agua y mueve ostensiblemente el vaso entre sus manos. La analista interviene preguntando. ¿Romperías el vaso? Mercedes no responde. Pedro la mira. Frente al silencio y la falta de asociaciones, la analista vuelve a preguntar, pero esta vez, en transferencia, ofrece opciones desde su propio tejido representacional: “¿Querés romper algo o temés que algo se rompa, que dirías? Es una oferta que pretende significar, metaforizar un elemento desgajado que no había entrado en la cadena, no era asociable en una red significante. Y por primera vez, Mercedes logra decir algo de eso. “Estaba aterrada cuando me hisoparon. Casi vomito.

Tengo miedo que se rompa todo… entre nosotros. No doy más, así no podemos seguir. No sé por qué lo tiro, es medio loco, necesito que se rompa, ver saltar todo, barrer los vidrios”. Mercedes llora. “Tengo terror de que se muera, de contagiarme, morirme yo, o el bebe, estoy así, aterrorizada. Perdón, termina diciendo, entre llantos. Perdón. Silvia Bleichmar denominó “simbolizaciones de transición”(Bleichmar, S. 2004) a este tipo de intervenciones. Ella sostiene que aquellos “signos de percepción” que Freud describiera en la famosa Carta 52, son un modo de inscripción que pueden producirse a lo largo de toda la vida. Muchas veces, se trata de situaciones imposibilitadas de ser ensambladas en una cadena representacional dado que son productos de vivencias traumáticas, aun inmetabolizables. Esto significa que no alcanzaron el estatuto de inconcientes y que aparecen desprendidos de la vivencia misma. El traumatismo “arrastra restos de lo vivenciado” que deberían entrar en relato, en secuencia.

Me gusta mucho como lo relata Susana Toporosi: “Cuando hubo traumatismo, es como si hubiera soplado un vendaval y hubiera dejado los pedazos rotos, esparcidos, desparramados. Encontraremos los pedazos que siguen girando en el aire porque el vendaval no terminó. Sigue soplando desde adentro y revolviéndolo todo”. (Toporosi S. 2017) ¿Podríamos conjeturar que los objetos rotos testimonian algo de ciertas vivencias de Mercedes? Silvia Bleichmar diferencia el susto, cuando una situación potencialmente traumática ocurre, de la angustia que organiza el miedo, que estructura las defensas para enfrentarse con lo temido y darle un sentido. Susto y miedo, pero también habrá terror, cuando se sabe a lo que se teme, pero no se sabe cómo defenderse de eso que se teme. (Bleichmar, S. 2008)

Ese ingreso de la novedad, desestructura lo que hasta allí estaba vigente de manera que nuestra tarea debe tener en cuenta la necesidad de producción de sentido sobre la base de la materialidad real que ha ingresado. Un embarazo, una convivencia inesperada, ruidos ante el dolor de cabeza, el covid que amenaza. Es allí donde se trata de implementar esas “simbolizaciones de transición”, cuyo sentido sería el de posibilitar “la captura de los restos de lo real, y permitir la apropiación de un fragmento representacional que no puede ser aprehendido”. Será tarea del analista, generar las condiciones que permitan crear un relato que
logre significar, más cerca de lo vivencial, la magnitud de lo real vivido. Solo así, mediante esas simbolizaciones de transición, se podrá lograr que el excedente traumático adquiera un valor metaforizable, articulable con la red representacional. intentar conseguirla, volver esa vivencia articulable a su vida, apropiarse de ella para transformarla en experiencia. que se ha sustraído a toda posible significación por parte del sujeto, porque ha quebrantado su sistema de comprensión del mundo.”
En un notable libro denominado “El trabajo del testigo”, Mariana Wikinski (2016) desarrolla esta temática con una enorme claridad conceptual. Ella dice: No se trata, entonces, de que la narración sea una mera descarga catártica, sino que exista la posibilidad de un trabajo de elaboración de las huellas o signos de percepción aislados, brutos, solitarios, para poder entramarse en un relato y así, transformarse en recuerdos. Si así no fuera, el sujeto no podría apropiarse de la vivencia para transformarla en experiencia, no habitaría sus recuerdos, sino que sería habitado por ellos.

En este sentido, diríamos que no estamos pensando en términos de resiliencia. No creemos en esa formulación que dice que “todo sirve finalmente para algo” o que “de todo se puede extraer una enseñanza o un aprendizaje”. El horror tiene que ser reconocido en su pura capacidad mortificante. Son aquellas situaciones que no enriquecen al sujeto en absoluto sino que, en cambio, desmantelan su capacidad simbolizante y su vida misma. La pandemia nos coloca frente a un evento no habitual en nuestras vidas, sin la posibilidad de recurrir a las herramientas lenguajeras habituales.
Ha irrumpido un real que atravesó de un modo impensado nuestras vidas generando perplejidad y anonadamiento. Frases como “no doy más”, “no tengo palabras”, aluden al efecto traumatizante que se resiste a toda narratividad. El análisis debería dirigirse a “Los conceptos Erfahrung y Erlebnis reciben distintas traducciones. Habitualmente se traduce el primero como experiencia y el segundo como vivencia . La clave de la posibilidad de narrar la experiencia, plantean algunos autores, estaría en la transformación a través del tiempo de la Erlebnis en Erfahrung” (Wikinski,. 2016). Se trata de encontrar una narración posible al horror vivido para integrarlo a la historia singular y vincular.
Continúa Mariana Wikinski: “La índole de lo traumático, decíamos, no contribuye en absoluto ni a su narratividad ni a su puesta en palabras. Es precisamente su inaccesibilidad a la simbolización, lo que confiere a un hecho su carácter traumático para un sujeto determinado: un acontecimiento es traumático, precisamente por ellos.

Para que todo ello ocurra, no son para nada menores las significaciones sociales, los modos en que el conjunto se narra la vivencia. El espacio social decidirá que palabras podrán utilizarse; incidirá en los diversos modos del decir; marcará los límites de sus posibilidades metabólicas. “Cuando el trauma que debe ser narrado no es de índole individual, sino que es un trauma colectivo, será
crucial el aporte de los recursos narrativos disponibles para el conjunto de la sociedad, puesto que podrán tanto facilitar como obturar -e incluso clausurar- el trabajo de significación individual.
El juego que se produce entre los modos colectivos y los modos individuales del recordar, es profundamente complejo”.
Quizás deberíamos advertir también, como los diversos alineamientos políticos -aún en cuanto a la política sanitaria- cumplen una función performativa. No es fácil pensar. Mucho menos lo es por fuera de las coordenadas que los discursos sociales ponen en juego cada vez. Esos discursos afectan nuestros modos de construir trama, tejido por sobre la vivencia. Hacer con los signos de percepción, una red, con la huella un recuerdo y con los recuerdos, memoria, narración, sentido. Allí se define mucho de nuestra tarea de análisis. Las simbolizaciones de transición se encuentran en esa lógica, en esa travesía.

V

Cuando el llanto calma un poco, Pedro hace un chiste. Me vas a dejar sin vajilla. En serio, el ruido me mata, es lo mismo si canta o rompe un plato, es lo mismo, mi cabeza estalla. ¿Es lo mismo? Pregunta la analista. Si, contesta Pedro, en este momento es lo mismo, es ruido, mi cabeza estalla, tengo Covid, no tuve Covid, lo sigo teniendo a pesar del alta. Ni puedo pensar en el hijo que viene, ni en nuestra convivencia, en nada puedo pensar.
En ese momento, casi con el formato de una “construcción”, la analista les dice: Ustedes estaban en un momento de su vida como pareja, preguntándose qué hacer, no habían aun decidido vivir juntos y aparece el embarazo. Dicen que no lo buscaron, pero tampoco se ocuparon de evitarlo. Deciden seguir adelante, se arma como proyecto compartido, pero de pronto Mercedes que Actualidad Psicológica estaba buscando departamento para mudarse ya no puede hacerlo por la cuarentena, así que entre el embarazo y la cuarentena ya no pudieron elegir tanto y se fueron a vivir juntos. Habrá que ver si esa es una elección duradera o no. Después vino el desarrollo de tu trabajo que Pedro acompañó.
No es claro cuánto de la molestia del canto equiparable a “ruido” es efecto de una molestia en si misma o si lo que lo vuelve intolerable es el dolor de cabeza extremo que no tiene nada que ver con que se quieran o no se quieran sino con eso, el dolor extremo. Les está costando entender que la cuarentena les trajo problemas en sí misma, no es el mismo embarazo que hubiera sido, no es la misma casa que hubiera sido, no es el mismo cuerpo el de Pedro que si no hubiera enfermado.
Esa sesión generó un efecto de alivio inmediato. Eso se observa habitualmente en este tipo de situaciones donde se nombra un elemento o una serie de ellos no metabolizados y se lo hace ingresar en una cadena representacional.

Si pensamos en términos de un vínculo abierto a lo real: ¿Es posible pensar que así como hablamos de alianzas inconscientes, se inscriban en el entramado vincular “signos de percepción” efectos y afectaciones que no logran el estatuto de inconscientes y que circulan anárquicamente en la trama amenazado su tejido?

Si así fuera no se trataría solamente de develar sentidos, de trabajar las categorías de diferencia y ajenidad, ni de dar cuenta de las alianzas inconscientes, sino también de un trabajo de ligadura mediante esas “simbolizaciones de transición” a las que nos referimos, que permitan que esas afectaciones se anuden. Y no hay vuelta: o se articulan o rompen, a la manera de los vasos y platos de Mercedes. Ofrecer en el análisis esas simbolizaciones de transición, más cercanas a las vivencias, permitiría que puedan devenir experiencias y adquirir el valor representacional que mientras tanto no tienen. Ir haciendo de la pura vivencia, experiencia, es dejar de sufrir lo que pasa, para cambiar la manera de relacionarnos con eso que pasa y abrir así la generación de “nuevos posibles” para ese vínculo.

Bibliografía
Badiou, A.: “El amor como escena de la diferencia” E n : PSICOANALISIS DE LAS CONFIGURACIONES VINCULARES.
Buenos Aires. Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo (AAPPG). Vol. 24, no. 1 (Abril, 2001).
Bleichmar, S.: “Simbolizaciones de transición. Una clínica abierta a lo real” Docta – Revista de Psicoanálisis Editada por la Asociación Psicoanalítica de Córdoba Año 2/ Otoño-invierno 2004
Bleichmar, S.: “Violencia social – Violencia Escolar” Buenos Aires. Colección Conjunciones. Noveduc 2008.
Lewkowicz, I.: “Estos son los sujetos de la devastación”. Buenos Aires. Página 12. Edición del 11/7/2002
Toporosi, S.: “En carne viva” Editorial Topia. 2018
Waisbrot, D.: “Conferencia: Trauma, acontecimiento, catástrofe. Subjetividades migrantes”. Buenos Aires. Colegio de Psicoanalistas.
En http://coldepsicoanalistas.com.ar/conferencia-de-daniel-waisbrot-28-de-mayo-2020/
Wikinski, M.: “El trabajo del testigo. Testimonio y experiencia traumática” Buenos Aires. La Cebra. 2016.