Se cuenta que antiguamente, en España, los vendedores trashumantes llevaban siempre consigo una hogaza de pan y embutidos para sobrevivir. Cuando la hogaza se iba poniendo dura, se “desmigaba” para aprovecharlo. Se mezclaba con aceite, grasa y trozos de carne o pescado, vegetales y especies como ajo, para darle sabor; cocidos a fuego lento, revolviendo constantemente. Resultaba de esta mezcla una comida que se compartía con los demás.

La expresión “hacer buenas migas” se popularizó más tarde haciendo referencia a la capacidad de hacer amigos.

Otra historia, sobre el origen griego de la palabra amigo, menciona que el prefijo “a” es equivalente a “sin” (mi) y “ego” es yo. Entonces amigo sería algo así como “sin mi yo”

Tomo la metáfora de la mezcla de elementos diferentes para pensar la cualidad de lo amistoso, en la que elementos de diverso origen, hacen nacer algo único, que a la vez se transforma en un alimento para quienes formaron parte de su elaboración.

En qué mezclas pueden derivar las diferentes formas de amistad. Cada una apuntalada en un aspecto de nosotros y de los otros. En cuanto que para hacer amigos debemos ceder algo de nuestro yo, tolerar la presencia y ajenidad del otro. Cocinar una amistad nos proporciona calor y abrigo, nos reconforta, pero también implica protegernos de “demasiado fuego”.

Por medio de estas historias invito a pensar en qué ingredientes buscamos, aportamos en nuestros vínculos de amistad.

¿Buscamos hacer “buenas migas» y mantenerlas? Tememos a hacer migas, por la «a veces insoportable presencia del otro». Mantenemos migas que ya no nutren, nos animamos a desmigarnos?

 

Psic. Eugenia Sáiz