En la segunda parte del módulo introductorio a los vínculos, trabajamos con “Balance”, un  video animado de Wolfgang y Christoph Lauenstein del año 1989. Lo usamos como modelo para pensar el funcionamiento de un conjunto y al finalizar se invitó a los asistentes a decir lo que pensaban sobre el corto. Lo primero que surgió es “no hay palabras…nos quedamos sin palabras”. El video había producido un gran impacto.

Estas reacciones nos acercan a uno de los efectos del trabajo vincular: cuando desfallece la posibilidad de encontrar palabras, el trabajo grupal ayuda a generar un efecto de continencia que cumple una función “reverie”. Así como ocurrió en el grupo cuando estábamos trabajando y entre todos encontramos palabras para aquello que nos había impactado. Ante un mismo estímulo, los distintos matices de los enunciados nos conducen a palabras o imágenes que inviten a pensar aquello vedado, de representación preconsciente propia. Una manera de decirlo es que el otro me presta sus imágenes para poder pensar lo mio. O, por cadena asociativa, la ocurrencia del otro habilita una ocurrencia que antes no era posible.  

Pioneros

Quizás por la cualidad de continencia y de elaboración que puede permitir un grupo, es que el psicoanálisis grupal surgió después de la guerra. El impacto de situaciones terriblemente traumáticas  impedía ligar las vivencias a representaciones, el trauma excedía a la posibilidad de la psique de contenerlas. Al no tener la posibilidad de tramitar el exceso de vivencias, sólo era posible la repetición de la angustia traumática. Wilfred Bion, mientras estaba a cargo de un tanque de guerra, se dio cuenta que si el funcionamiento del conjunto actuaba coordinadamente, hacía la diferencia entre la vida y la posibilidad de morir. Empezó a observar y a trabajar con grupos, y se convirtió en uno de los pioneros en pensar el funcionamiento el grupo como un conjunto desde una perspectiva psicoanalítica.

Otros psicoanalistas como Didier Anzieu y Renée Kaës, entre otros en Francia y especialmente Marcos Bernard en Argentina, enriquecieron esos primeros aportes para comprender a los grupos y utilizarlos como instrumento de trabajo en diversos abordajes en el ámbito de la salud mental. Janine Puget hizo aportes para pensar a las parejas desde un punto de vista psicoanalítico, e Isidoro Berenstein lo hizo en el terreno de las familias. Luego de estos pioneros, varios psicoanalistas en nuestro país han continuado enriqueciendo la teoría, la clínica y la práctica, siempre sujeta a revisión ante cambios tan acelerados en las conformación de las parejas y de las familias.  

Un modo de estar juntos

Partimos de la observación de que el modo de estar juntos se construye entre todos los que pertenecen a un conjunto. Esto es bien elocuente en el corto, ya que en él se aprecia la manera en que cada uno colabora a sostener el balance logrado.

En el comienzo  del video  hay un proceder de seguridad, una sincronización de actitudes cuya  organización, como diría Marcos Bernard, deja entrever la existencia de un principio organizador más allá de los sujetos que integran al grupo. Estos son los acuerdos y los pactos, conscientes e inconscientes. Según Marcos Bernard en su último libro “Desarrollos sobre grupalidad: una perspectiva psicoanalítica” (1995); en la organización y funciones de los pactos  conciernen conjuntamente al psiquismo singular y a los conjuntos transubjetivos, que los sostienen, los contienen y los estructuran. El análisis de las fantasías que sostienen estos acuerdos es una de las herramientas usadas desde el psicoanálisis, que lo diferencia de otro tipo de abordajes grupales.  

Dentro de estos acuerdos, los personajes del corto parecen adherir a la indiferenciación, a la masificación como forma de pertenencia. Sólo un número apenas visible los diferencia. En sus facciones resaltan los ojos, predomina lo distal, no hay cercanía. Es un mundo superficial, una superficie plana sin basamentos. Quizás nos recuerda al mundo líquido de Bauman, sin compromisos duraderos y que sostiene a la fragilidad de los vínculos. Es un mundo que no contiene colores ni matices, donde todo es igual.  

Pero en el “hacer hacia afuera” surge la diferencia: sólo uno pesca una caja. Además cada uno rescata cosas diferentes en la caja, uno el color, otro el sonido, otro baila. Esto no es tolerado y comienza la necesidad de control y de poder sobre el otro. Predominan mecanismos de expulsión sostenidos desde una vertiente narcisista. La regulación logra ceder a la imposición de la  fuerza y la violencia. Surge el individualismo ya que no aceptan la exclusión, no admiten el compartir. Primero uno y el otro después, porque no sólo  se establece una diferencia, sino que se incluye también una noción de tiempo, que contradice el mandato de un cumplimiento inmediato. Esto muestra una forma de pertenencia cuya pérdida es sentida como perder todo, porque si el conjunto no se diferencia de sí mismo, parecería “perder la vida misma”.  

En esta instancia el otro es tratado como objeto, con predominio del dominio y del apoderamiento. Este interjuego es sostenido entre todos y todos colaboran con el balance. Si bien en la escena hay un efector de la violencia y un receptor de la misma, los otros que observan la escena ayudan a mantener ese balance. Esta situación nos ayuda a pensar la violencia en una escena en donde el abordaje se puede dar desde diferentes vértices: el que agrede, el que es agredido, y los que observan sin modificar. Estos últimos sostienen la escena violenta con su mirada, seguramente por que depositan allí la representación de los propios conflictos.

El balance sostenido conduce a la desaparición del tiempo, no hay pasado, se borra el futuro, no hay crecimiento, todo es igual e inmóvil y sólo hay lugar para uno solo. Pero ese es el juego en el que todos participan a partir de los acuerdos que regulan su interacción.

Video analizado: “Balance (animated film) (Wolfgang y Christoph Lauenstein) (1989)” en Youtube